miércoles, 18 de agosto de 2010

Melodía de seducción y artes de mujer: la mujer fatal en el cine

El cine de la época dorada de Hollywood conoció vampiresas de todo tipo y condición. Desde rubias opulentas como Mae West, Jean Harlow o Veronica Lake hasta la misteriosa elegancia de Hedy Lamarr. «Cuándo soy buena, soy muy buena; pero cuándo soy mala, soy mejor», se jactaba Mae West entre la vanidad y el morbo. Vestida de provocación y desnuda de cualquier pudor, aquella rubia descarada y sensual devoraba incansable a los hombres mientras los celos se comían a sus rivales: mujeres aturdidas al descubrir que para una vampiresa no hay medida desdeñable en la palabra ni el sexo. La vampiresa es una mujer fatal que transforma sensualidad en seducción y utiliza sus amplias curvas como camino más recto para el beneficio del amor. El cine de la época dorada de Hollywood conoció vampiresas de todo tipo y condición. Desde rubias opulentas como la propia Mae West, Jean Harlow o la mismísima Marilyn Monroe hasta la misteriosa elegancia de Hedy Lamarr o las caderas movedizas deJane Russell.

La escritora Anita Loos ya sabía que los caballeros las prefieren rubias, aunque al final se casen con las morenas. Por eso, Jayne Mansfield fue el rubio objeto del deseo de millones de espectadores de cine. Sus medidas de infarto -102, 53, 90- fueron las coordenadas a las que dirigieron sus miradas cientos de hombres ansiosos. Y ella, consciente de las mil y una noches que dan forma al escándalo, construyó un juego perverso en su casita de muñecas. Hizo el amor en un avión con su hercúleo amante y provocó a la opinión pública con atrevidas fotografías, algunas de ellas incluyendo a sus propios hijos. Su trágico destino hizo que muriera en el arcén de una carretera, cubierta por una de aquellas sábanas que ella nunca utilizó para mostrarse en la cama a los hombres a quienes amó.

Lana Turner fue un caso bien distinto de una rubia discreta con el alma teñida de oscura tentación. Más cerca de la insinuación que de la provocación, se hizo famosa en su primera película al cruzar la pantalla con una falda y un jersey tan ajustados que descubrían sin pudor las rotundas formas de su cuerpo aún adolescente. Su sensualidad, capaz de empujar a la perdición a cualquier hombre, no sólo quedó de manifiesto en el cine en su tórrido papel de Cora Smith de 'El cartero siempre llama dos veces', sino en el asesinato -se especuló que inducido por ella- de su violento amante a manos de su hija de catorce años.

Muerte anunciada

Aquella muerte fue el fruto esperado de las continuas peleas de Lana con su novio, Johnny Stompanato, un 'gigoló' y antiguo guardaespaldas incapaz de soportar los celos y la libertad de una mujer de fría sensualidad que, sin embargo, caldeaba a los hombres vistiendo unos blancos 'shorts' y un ceñido modelo de seducción.

Semioculta tras su lacia melena y una sonrisa esquiva, Veronica Lakerepresentó en el cine a la mujer de fuerte presencia aunque frágil personalidad. Su belleza, dotada de serena elegancia y fría gestualidad, la convirtió en una figura seductora y deseada.

Títulos inolvidables

Quien protagonizara títulos inolvidables como 'Me casé con una bruja' o 'La llave de cristal', inspirada en la novela negra de Dashiell Hammett y en la que dio perfecta réplica a uno de los grandes actores de la época, Alan Ladd, no fue capaz sin embargo de trasladar a la vida real la descarada seguridad de sus personajes. La ausencia de trabajo que padeció durante los años cincuenta la llevó a refugiarse en la bebida y a enfrentarse, desde la temeridad del borracho, al mundo que, según ella, la agredía. Quien fuera adorable vampiresa vivió con sufrimiento y desencanto sus amargos días de vino y rosas, hasta su triste final en 1973 cuando murió de una previsible hepatitis. Verónica Lake fue el símbolo de la vampiresa dañada por su propia condición, la de mujer fatal para sus propios intereses.

Atrás quedaban el cine mudo y la inocente perversidad de Theda Bara o Louise Brooks, de quien en estos días se cumplen cien años de su nacimiento. Actriz que alcanzara la fama gracias a su papel de Lulú en 'La caja de Pandora', filme inolvidable del director alemán G.W. Pabst en el que florecía un nuevo modelo de mujer libre, independiente y carente de tabúes. Cualidades también presentes en la sensualidad andrógina de Marlene Dietrich o la afilada elegancia de Gene Tierney.

Tras aquellas mujeres entre sombras de tragedia llegaron las luminosas mejillas y mojigata seducción de Doris Day o Debbie Reynolds: otro tipo de mujer sin misterio ni pasión. La comedia de lustrosa alcoba y pijama de flores se convirtió en territorio vedado para aquellas vampiresas que antaño revolvieron las sábanas recias de nuestro deseo.

Sin embargo, el cine contemporáneo ha visto el despertar de nuevas mujeres fatales. La voluptuosa imagen de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, el exiguo bikini que Ursula Andress mostraba al mujeriego agente 007 o las minúsculas prendas que vistiera Raquel Welchapenas 'Hace un millón de años', fueron hermosos precedentes para otras vampiresas de mayor perfidia y maldad: mujeres cuya gran virtud fue el exceso de pecados.

La última seducción

Muerte y lujuria apenas vislumbradas entre las piernas de la doctora Catherine Tramell: una mujer marcada por el daño y el delito a quien Sharon Stone supo dotar de morbo y carnalidad. Una larga melena ocultando su rostro -homenaje manifiesto a Veronica Lake- y un cigarrillo eterno entre sus labios fueron cartel y presencia de Linda Fiorentino en 'La última seducción': mujer, mantis religiosa, que nos empujaría de nuevo al pecado en 'Jade', viéndola con sus manos contra la pared, subida a horcajadas sobre otro hombre ya definitivamente esclavo.

También una joven Kathleen Turner capaz de incendiar la mente de su pareja en 'Fuego en el cuerpo', un filme donde el sudor del sexo impregnaba piel y alma de los amantes. No tanto Glenn Close, vampiresa de libro mal escrito en 'Atracción fatal'. Y sí, por último, la inquietante presencia de Hilary Swank en el corazón de una tragedia,'La dalia negra'. Nuevos tiempos para aquellos viejos modelos a imitar.

Habrá muchos otros nombres en la memoria de los hombres. Vampiresas de corazón opaco y mirada glacial. Mujeres fatales, lejanas de la dócil ama de casa, decididas a convertir la aguja en un estilete y el hilo en la cuerda de una horca. Siempre para unos hombres que, ajenos a sus reglas y peligros, creerán poseerlas con tan sólo hacerlas suyas. Mujeres inteligentes y calculadoras muy conscientes de que «la mente es la zona más erógena del cuerpo».

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